
MÚSICA Y BAILE: LA COPLA O CANTAR (I)
(Extracto del libro Música y tradición en Énguera y La Canal)
En
la sociedad rural era muy frecuente el canto espontáneo que
acompañaba las más variadas tareas y situaciones cotidianas. Los
más numerosos son sin duda los que acompañan las labores y
menesteres habituales, que no conocían acompañamiento alguno. En el
ámbito festivo era habitual buscar mayor disfrute y diversión
acompañando el canto con algunos instrumentos. La mayoría de estos
géneros musicales, a pesar de presentar distintas funciones y
contextos, tienen en común el texto que les sirve de soporte
literario: la copla o, para evitar confusiones con las canciones que
entonan las tonadilleras andaluzas actuales, el cantar. Se trata de
una estrofa de poesía popular, breve, que constituye en sí un texto
con significado completo. Desde el punto de vista de la métrica,
encontramos tres tipos de cantares que explicaremos más adelante: la
seguidilla, la cuarteta y la quintilla.
Los
cantares son, con diferencia, los textos poéticos más habituales en
la tradición oral. Sirva como ejemplo las abundantes recopilaciones
de los primeros folcloristas españoles, como la de Melchor de Palau
con más de 7000 cantares recogidos de viva voz a finales del siglo
XIX, o la de Rodríguez Marín, publicada en 1882, con más de 8000
coplas1.
Tal abundancia demuestra que el cantar es la estrofa que mejor se
adapta a las necesidades expresivas del ingenio popular.
La
copla o cantar es un texto que condensa en sólo cuatro versos, tal
vez cinco, la temática más variada. El verso de arte menor y la
rima asonante facilitan la improvisación, con lo que su creación no
requiere grandes dosis de virtuosismo y están al alcance de una
amplia mayoría. Muchas de estas coplas improvisadas nacen y mueren
en el mismo instante de ser cantadas. Otras sin embargo son retenidas
en la memoria colectiva. Y ello nos lleva a hablar del concepto de
literatura popular
y del “pueblo” como creador. En todo este asunto hay quizá una
deformada visión romántica heredada de los primeros folcloristas,
que se acercaron a la tradición oral desde un punto de vista
idealizado, en busca de las esencias patrias que supuestamente
residen en el espíritu popular. El pueblo, no existe como entidad
creadora. Detrás de cada breve copla, por insignificante y fútil
que sea, hay un autor con mayor o menor calidad literaria, alguien en
concreto que sin embargo ha quedado en el anonimato. La creación de
cada copla no puede ser colectiva. Lo colectivo es su transmisión
oral de generación en generación, quizá con variaciones y
modificaciones, lo que convierte estos cantares en piezas
tradicionales.
A.
EL BAILE SUELTO.
En
La Canal, al igual que en todo el sureste peninsular, el baile
suelto espontáneo se basaba en estos tres géneros: seguidillas,
fandangos y jotas. La principal diferencia con manchegos y murcianos
estriba en el tempo:
las melodías valencianas se suelen interpretar con un ritmo más
pausado, por exigencia de las mudanzas de baile que las acompañan.
Pero
antes de pasar a clasificar los distintos tipos de cantares o coplas,
se hace necesario hablar, aunque sea de manera superficial, de
algunos aspectos musicales. El más importante de los instrumentos
que han acompañado y acompañan a estas estrofas en nuestra
tradición musical es la
guitarra.
Aunque durante todo el siglo XIX el instrumento fue cambiando de
forma, mutando el tamaño de su caja de resonancia y alterando el
número de cuerdas, hasta nuestros días no ha cambiado su papel
principal: el de ejecutar un acompañamiento musical básico que
marque los acordes de la armonía del canto.
Desde
bien antiguo se toca popularmente combinando rasgueos y golpeados en
la tapa. Los tocadores populares solían aprender miméticamente las
diversas posturas de los acordes y algunas melodías punteadas
sencillas. A cada postura se le asignaba un nombre popular: tocar
por ‘riba, por ‘bajo, por la prima, al tres...
De
menores dimensiones que la anterior, se conoce en Valencia el
guitarró,
llamado en La
Canal y otras comarcas castellanohablantes, guitarrón.
En la zona, tienen cinco cuerdas y están afinados una cuarta más
aguda que la guitarra: la prima al aire da un La. Su rasgueo,
redoblado y circular, se consigue alternando hábilmente el índice
con el pulgar.
Según
los testimonios de la abundante literatura costumbrista, los
instrumentos más antiguos encargados de ejecutar las melodías en
las rondallas valencianas fueron la cítara
o citra
y la octavilla,
que empezaron a
ser sustituidos paulatinamente en el s. XIX por laúdes
y bandurrias.
La cítara es un instrumento recientemente reincorporado a las
rondallas valencianas, gracias al etnomusicólogo Carles Pitarch
Alfonso, quien hizo construir varias cítaras según el modelo de una
conservada en Morella pero fabricada por Telesforo Julve, a
principios del s. XX en la ciudad de Valencia.. Se trata de un
cordófono de tres órdenes, cuya dificultad de ejecución reside en
que cada orden tiene tres cuerdas: dos metálicas que dan la misma
nota y una tercera entorchada que da la octava baja. La octavilla se
ha recuperado también gracias a los modelos que aún se construyen
en Casasimarro (Cuenca). Jordi Rafael Aura Estevan, miembro del Grup
Ramell de Castelló de la Plana, ha localizado recientemente varios
de estos instrumentos antiguos en las comarcas septentrionales. Por
otro lado, también era frecuente en La Canal el uso del violín,
bien junto a los anteriores o bien como único acompañamiento de
guitarra y guitarrón, aunque este instrumento es poco usado en las
rondallas actuales.
Con
la difusión de las bandas
de música, a
imitación de las bandas militares, los anteriores instrumentos de
melodía entran en decadencia. Las rondallas de cuerda desaparecen
como formaciones estables y pasan a ser ocasionales. Los aficionados
a tocar un instrumento tienen ahora un nuevo espacio donde hacerlo:
todos los pueblos de La Canal tienen banda de música. Aparecen las
rondallas mixtas: además de los anteriores de cuerda se añade algún
instrumento de
viento,
especialmente en los cantos de ronda, en busca de una mayor sonoridad
en las calles.
A
finales del s. XIX y principios del s. XX se usa un nuevo instrumento
para la melodía: el
acordeón. Los
primeros acordeones fueron los llamados diatónicos o de botones. En
la última década del s. XIX tenemos documentada la existencia en
Énguera de una rondalla mixta, llamada “La Jubalina”, formada
por guitarras, bandurrias, laúdes, flauta travesera, clarinete y
acordeón, dirigida por Joaquín Miralles, “el tío Figa”,
maestro de una de las dos bandas de música que entonces había en la
villa, y que interpretaba principalmente piezas de baile agarrâu.
Los
instrumentos de percusión son muy abundantes en nuestro folclore. En
La Canal y otras comarcas valencianas era muy frecuente acompañar
los cantos con instrumentos populares de percusión. Un primer grupo
lo constituyen aquellos cacharros domésticos, que sin ser verdaderos
instrumentos musicales, son susceptibles de marcar ritmo: un almirez
golpeado por su maneta,
dos cucharas, la botella labrada, los guerretes2
o estrévedes
percutidos
por la paleta o por las estenallas,
un cántaro
y una espardeña,
alborga o
alpargate.
Entre todos los de este grupo hay que destacar el garbellet
o garbillico
del arroz, rascado con una cuchara o con una perra
gorda, usado junto
a la guitarra o en sustitución de ésta, que otorga a la música
serrana un aire particular con su rotunda sonoridad.
Un
segundo grupo lo constituyen los instrumentos de fabricación casera:
la caña badâ,
golpeada con la palma de la mano en un extremo para hacer vibrar el
extremo opuesto rajado; la zambomba
o pandorga,
realizada con una piel de conejo que, lanzada con fuerza contra una
de las paredes del corral, se había curtido al sol, instrumento
indispensable en cualquier canto navideño; los cañutos
rascados con una postiza
o castañeta,
que producen un repiqueteo más ágil que el de las castañuelas;
las sonajas,
que producen un sonido metálico al chocar sus chapas. A veces se
utilizaban los cascavillos
de las
caballerías, sobretodo en los cantos de ronda. Las panderas
y las postizas
se solían comprar por ser de fabricación más compleja.
Respecto
a este último instrumento, hemos de señalar que eran habitualmente
colocadas sujetas en el
dedo del medio
(corazón), aunque los bailadores de cuenta las llevaban en el dedo
gordo (pulgar). En
los caseríos serranos, eran las mujeres las encargadas de hacerlas
sonar, mientras los hombres hacían
billotas, es decir
chasqueaban sus dedos.
Notas:
1.- Ambas colecciones contienen, además de cuartes, redondillas, seguidillas y quintillas, algunos pocos cantos con otros patrones métricos que no son propiamente "cantares".
2.- "guerretes": diminutivo de "guierros", hierros.
1.- Ambas colecciones contienen, además de cuartes, redondillas, seguidillas y quintillas, algunos pocos cantos con otros patrones métricos que no son propiamente "cantares".
2.- "guerretes": diminutivo de "guierros", hierros.
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