dissabte, 13 d’octubre del 2018

Música y baile: la copla o cantar

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MÚSICA Y BAILE: LA COPLA O CANTAR (I)
(Extracto del libro Música y tradición en Énguera y La Canal)


En la sociedad rural era muy frecuente el canto espontáneo que acompañaba las más variadas tareas y situaciones cotidianas. Los más numerosos son sin duda los que acompañan las labores y menesteres habituales, que no conocían acompañamiento alguno. En el ámbito festivo era habitual buscar mayor disfrute y diversión acompañando el canto con algunos instrumentos. La mayoría de estos géneros musicales, a pesar de presentar distintas funciones y contextos, tienen en común el texto que les sirve de soporte literario: la copla o, para evitar confusiones con las canciones que entonan las tonadilleras andaluzas actuales, el cantar. Se trata de una estrofa de poesía popular, breve, que constituye en sí un texto con significado completo. Desde el punto de vista de la métrica, encontramos tres tipos de cantares que explicaremos más adelante: la seguidilla, la cuarteta y la quintilla.

Los cantares son, con diferencia, los textos poéticos más habituales en la tradición oral. Sirva como ejemplo las abundantes recopilaciones de los primeros folcloristas españoles, como la de Melchor de Palau con más de 7000 cantares recogidos de viva voz a finales del siglo XIX, o la de Rodríguez Marín, publicada en 1882, con más de 8000 coplas1. Tal abundancia demuestra que el cantar es la estrofa que mejor se adapta a las necesidades expresivas del ingenio popular.

La copla o cantar es un texto que condensa en sólo cuatro versos, tal vez cinco, la temática más variada. El verso de arte menor y la rima asonante facilitan la improvisación, con lo que su creación no requiere grandes dosis de virtuosismo y están al alcance de una amplia mayoría. Muchas de estas coplas improvisadas nacen y mueren en el mismo instante de ser cantadas. Otras sin embargo son retenidas en la memoria colectiva. Y ello nos lleva a hablar del concepto de literatura popular y del “pueblo” como creador. En todo este asunto hay quizá una deformada visión romántica heredada de los primeros folcloristas, que se acercaron a la tradición oral desde un punto de vista idealizado, en busca de las esencias patrias que supuestamente residen en el espíritu popular. El pueblo, no existe como entidad creadora. Detrás de cada breve copla, por insignificante y fútil que sea, hay un autor con mayor o menor calidad literaria, alguien en concreto que sin embargo ha quedado en el anonimato. La creación de cada copla no puede ser colectiva. Lo colectivo es su transmisión oral de generación en generación, quizá con variaciones y modificaciones, lo que convierte estos cantares en piezas tradicionales.

A. EL BAILE SUELTO.

En La Canal, al igual que en todo el sureste peninsular, el baile suelto espontáneo se basaba en estos tres géneros: seguidillas, fandangos y jotas. La principal diferencia con manchegos y murcianos estriba en el tempo: las melodías valencianas se suelen interpretar con un ritmo más pausado, por exigencia de las mudanzas de baile que las acompañan.

Pero antes de pasar a clasificar los distintos tipos de cantares o coplas, se hace necesario hablar, aunque sea de manera superficial, de algunos aspectos musicales. El más importante de los instrumentos que han acompañado y acompañan a estas estrofas en nuestra tradición musical es la guitarra. Aunque durante todo el siglo XIX el instrumento fue cambiando de forma, mutando el tamaño de su caja de resonancia y alterando el número de cuerdas, hasta nuestros días no ha cambiado su papel principal: el de ejecutar un acompañamiento musical básico que marque los acordes de la armonía del canto.



Desde bien antiguo se toca popularmente combinando rasgueos y golpeados en la tapa. Los tocadores populares solían aprender miméticamente las diversas posturas de los acordes y algunas melodías punteadas sencillas. A cada postura se le asignaba un nombre popular: tocar por ‘riba, por ‘bajo, por la prima, al tres...

De menores dimensiones que la anterior, se conoce en Valencia el guitarró, llamado en La Canal y otras comarcas castellanohablantes, guitarrón. En la zona, tienen cinco cuerdas y están afinados una cuarta más aguda que la guitarra: la prima al aire da un La. Su rasgueo, redoblado y circular, se consigue alternando hábilmente el índice con el pulgar.

Según los testimonios de la abundante literatura costumbrista, los instrumentos más antiguos encargados de ejecutar las melodías en las rondallas valencianas fueron la cítara o citra y la octavilla, que empezaron a ser sustituidos paulatinamente en el s. XIX por laúdes y bandurrias. La cítara es un instrumento recientemente reincorporado a las rondallas valencianas, gracias al etnomusicólogo Carles Pitarch Alfonso, quien hizo construir varias cítaras según el modelo de una conservada en Morella pero fabricada por Telesforo Julve, a principios del s. XX en la ciudad de Valencia.. Se trata de un cordófono de tres órdenes, cuya dificultad de ejecución reside en que cada orden tiene tres cuerdas: dos metálicas que dan la misma nota y una tercera entorchada que da la octava baja. La octavilla se ha recuperado también gracias a los modelos que aún se construyen en Casasimarro (Cuenca). Jordi Rafael Aura Estevan, miembro del Grup Ramell de Castelló de la Plana, ha localizado recientemente varios de estos instrumentos antiguos en las comarcas septentrionales. Por otro lado, también era frecuente en La Canal el uso del violín, bien junto a los anteriores o bien como único acompañamiento de guitarra y guitarrón, aunque este instrumento es poco usado en las rondallas actuales.

Con la difusión de las bandas de música, a imitación de las bandas militares, los anteriores instrumentos de melodía entran en decadencia. Las rondallas de cuerda desaparecen como formaciones estables y pasan a ser ocasionales. Los aficionados a tocar un instrumento tienen ahora un nuevo espacio donde hacerlo: todos los pueblos de La Canal tienen banda de música. Aparecen las rondallas mixtas: además de los anteriores de cuerda se añade algún instrumento de viento, especialmente en los cantos de ronda, en busca de una mayor sonoridad en las calles.



A finales del s. XIX y principios del s. XX se usa un nuevo instrumento para la melodía: el acordeón. Los primeros acordeones fueron los llamados diatónicos o de botones. En la última década del s. XIX tenemos documentada la existencia en Énguera de una rondalla mixta, llamada “La Jubalina”, formada por guitarras, bandurrias, laúdes, flauta travesera, clarinete y acordeón, dirigida por Joaquín Miralles, “el tío Figa”, maestro de una de las dos bandas de música que entonces había en la villa, y que interpretaba principalmente piezas de baile agarrâu.


Los instrumentos de percusión son muy abundantes en nuestro folclore. En La Canal y otras comarcas valencianas era muy frecuente acompañar los cantos con instrumentos populares de percusión. Un primer grupo lo constituyen aquellos cacharros domésticos, que sin ser verdaderos instrumentos musicales, son susceptibles de marcar ritmo: un almirez golpeado por su maneta, dos cucharas, la botella labrada, los guerretes2 o estrévedes percutidos por la paleta o por las estenallas, un cántaro y una espardeña, alborga o alpargate. Entre todos los de este grupo hay que destacar el garbellet o garbillico del arroz, rascado con una cuchara o con una perra gorda, usado junto a la guitarra o en sustitución de ésta, que otorga a la música serrana un aire particular con su rotunda sonoridad.

Un segundo grupo lo constituyen los instrumentos de fabricación casera: la caña badâ, golpeada con la palma de la mano en un extremo para hacer vibrar el extremo opuesto rajado; la zambomba o pandorga, realizada con una piel de conejo que, lanzada con fuerza contra una de las paredes del corral, se había curtido al sol, instrumento indispensable en cualquier canto navideño; los cañutos rascados con una postiza o castañeta, que producen un repiqueteo más ágil que el de las castañuelas; las sonajas, que producen un sonido metálico al chocar sus chapas. A veces se utilizaban los cascavillos de las caballerías, sobretodo en los cantos de ronda. Las panderas y las postizas se solían comprar por ser de fabricación más compleja.

Respecto a este último instrumento, hemos de señalar que eran habitualmente colocadas sujetas en el dedo del medio (corazón), aunque los bailadores de cuenta las llevaban en el dedo gordo (pulgar). En los caseríos serranos, eran las mujeres las encargadas de hacerlas sonar, mientras los hombres hacían billotas, es decir chasqueaban sus dedos.


Notas:
1.- Ambas colecciones contienen, además de cuartes, redondillas, seguidillas y quintillas, algunos pocos cantos con otros patrones métricos que no son propiamente "cantares".
2.- "guerretes": diminutivo de "guierros", hierros.

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